Tecnología
Todo un pueblo declara la guerra a la invasión de drones tras un incidente con un vecino en el baño
Habitantes de una aldea inglesa alzan la voz contra el uso irresponsable de aeronaves no tripuladas que acosan su intimidad.

En el corazón de Cotswold, al noroeste de Londres (Inglaterra), donde el tiempo parece haberse detenido entre casitas de piedra y colinas onduladas, se libra una batalla inesperada: una guerra contra los drones. Los habitantes de Castle Combe, una aldea de apenas 400 personas conocida como uno de los pueblos más bonitos de Inglaterra, han dicho basta tras un incidente que cruzó todos los límites de la privacidad.
“Un vecino estaba en su baño cuando vio un dron filmándolo por la ventana”, relató con indignación Fred Winup, presidente del consejo parroquial. El suceso, más propio de una distopía tecnológica que de un escenario campestre común, ha encendido la indignación de un pueblo que, desde hace años, soporta el incesante zumbido de estas cámaras voladoras.
Castle Combe ha sido durante generaciones un imán para fotógrafos, excursionistas y turistas en busca de una postal viva del pasado inglés. Pero el auge del turismo digital, alimentado por redes sociales y dispositivos aéreos personales, ha desdibujado los límites entre lo público y lo íntimo.

“A los aldeanos no les gusta que los drones vuelen sobre sus jardines ni miren por sus ventanas”, afirmó Winup, quien describe la situación como “una batalla interminable”. Aunque las normas de la Autoridad de Aviación Civil del Reino Unido permiten el uso de drones bajo condiciones específicas estas reglas rara vez se respetan, denuncian los residentes.
En respuesta, muchos vecinos han comenzado a colocar carteles de “no drones” en ventanas y entradas, en un intento de disuadir a los operadores. Pero no siempre funciona.
El trasfondo de este malestar colectivo es una sensación de asedio constante. “Sentimos que nuestros únicos espacios privados son nuestros jardines traseros. Cuando un dron invade esa zona, sentimos que invade nuestra privacidad”, añadió Draven McConville, residente del pueblo.
Si bien la belleza de Castle Combe seguirá atrayendo a miles de visitantes cada año, sus residentes exigen que la admiración por el paisaje no implique una renuncia a la intimidad. La aldea no se opone al turismo, pero sí reclama un límite claro: no por volar un dron se tiene derecho a mirar por la ventana del baño de un extraño.

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